El viaje del pelo, por la alcantarilla al mar

Por Freeda

Es una triste y gris mañana de otoño alumbrada por tenues rayos de sol que no logran dejar sentir su calor. Cristina se peina prolijamente frente al espejo de su baño. De pronto un infortunado pelo de color oscuro, cae sobre el lavamanos. Está allí, tendido sobre el frío artefacto de color blanco. El lugar es inhóspito. En el centro, un hueco maloliente espera tragárselo.

Un gran chorro de agua está inundando el ambiente. El pelo reacciona con rapidez y trata de sostenerse, enroscándose en el filtro del lavamanos. Sus esfuerzos son infructuosos porque el agua sigue golpeando con mucho ímpetu. Agotado, se rinde ante las circunstancias y se deja deslizar con un aire de resignación. Ha comenzado así su larga odisea, el pelo que, como muchos otros, se van por el desagüe.

Recorre un largo y angosto tubo de paredes pegajosas, cubiertas de una especie de gelatina grisácea y de mal olor. Tiene algunos recovecos donde a menudo se encuentran pequeños objetos como alfileres u horquillas. Luego de un corto trecho desemboca en una especie de túnel que en verdad es un tubo, pero mucho más grande.

Al paisaje húmedo, oscuro y gelatinoso se agregan pequeños roedores y algunos peces inertes que flotan en la superficie. Lleva en su recorrido varios kilómetros de alcantarilla, cuando al final del túnel divisa algunos destellos de luz. El agua sigue su curso hasta desembocar en un gran río.

El flujo es más rápido, de turbio aspecto. Un sinnúmero de especies raras viaja a su alrededor. A los costados se divisan pueblos o pequeñas ciudades que pasan con gran rapidez. En las orillas se encuentran variadas especies, algunos cajones, colchones, maderas, escombros y mucho más.

Aunque el no lo sabe, el fin de su largo viaje se ha acercado. Su destino final es el mar.

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