“Todo estará bien”, mi madre me repetía antes de que el avión se comenzara a mover, yo tenía mi cinturón bien asegurado, lo revisé tres veces. Siempre me ha dado miedo hacer esta clase de viajes. Mi hermano pequeño en cambio, a sus 12 años, ya era un valiente innato, solo quería quitarse el cinturón para poder ver a través de la ventana, lamentablemente, para mí, yo ocupaba ese asiento, y no lo dejaría ocuparlo, por algún motivo, el estar lejos de la ventana me ponía más ansioso aún.
Cuando el avión por fin se puso en marcha, tuve una sensación extraña, un mal presentimiento, me calmé diciéndome que era mi imaginación, mi mente gastándome una mala broma. Las turbulencias iniciales comenzaron, cerré los ojos fuertemente y caí dormido.
Un estruendo me despertó, mi madre abrazaba fuertemente a Gabriel, todo el mundo gritaba, el avión se agitaba mucho. Por los altavoces alcancé a escuchar “que dios nos ampare”.
Cuando por fin entendí que el avión caía, abracé a Gabriel y a mi madre lo más fuerte que pude. Lo último que escuché fue a mi madre decirle por primera a vez a Gabriel “Todo estará bien”.
Caímos en el desierto, ¿Cuál?, no lo sé. Solo se escucha el sonido del metal doblándose, los asientos, el plástico, y el olor nauseabundo de la carne quemada, el viento pasando a través de un avión hecho trizas, y un llanto, el llanto del único sobreviviente del accidente, el llanto de un niño de 12 años, protegido por el cuerpo calcinado de su madre a un lado, y el mío del otro.
Es increíble lo sereno que me siento al ver que morí, me siento en paz. Pero ¿no debería irme al cielo?, o ¿Al infierno?, o ¿a dónde quiera que debiera ir?, veo gente yendo en diferentes direcciones, otros están mirando sus cuerpos quemados, o destrozados, algunos están alrededor de mi hermano. No veo el “alma” de mi madre por ningún lado, Seguramente ya se fue, debió ir a encontrarse con papá. Me alegro por ella.
Yo, en cambio, siento que debo esperar.
Luego de un par de horas, Gabriel comienza a moverse. Esta muy herido, tiene un corte muy profundo en el brazo, y moretones en las piernas. Con gran esfuerzo se quita el cinturón de seguridad, se desliza lentamente por debajo de nuestros cuerpos, los cuales caen carbonizados al suelo. Mi hermanito los mira, y llora desconsoladamente sobre ellos. Luego de un rato, cae rendido al cansancio y se queda dormido.
Ya era mediodía cuando se despertó, aún tiene la cara mojada por las lágrimas, pues aun durmiendo continúo llorando. Se levanta lentamente y mira a su alrededor, aún no puede creer lo que pasó, abandona el cuerpo de mamá y el mío. A paso tambaleante decide irse del lugar. Debo seguirlo.
Después de un rato de andar, ya atardeciendo, Gabriel está cansado, no creo que aguante mucho más. Y no lo hace, nos llama casi como suplicando nuestra ayuda, pero no puedo hacer nada más que seguirlo y esperar. Sus pasos se hacen cada vez más pesados, su respiración más agitada, saborea la arena en su cara.
Hasta que se detiene… y cae.
“Hola, te estaba esperando Gabito” le digo mientras acaricio su cabeza.
Su cuerpo inerte es cubierto lentamente por la arena del cruel desierto.
“jijiji”, ríe travieso el mocoso “¿y mamá?, me pregunta.
“Nos espera allá arriba, ¿vamos?”
“Yap”, me dijo con una gran sonrisa en su cara.