La Deuda

Por Ricardo Lillo

Bajo una desconsolada noche con una pálida y fatigada luna, caminaba de vuelta a mi hogar. Mis zapatos hacían el mayor esfuerzo de sostener un cuerpo fatigado, tratando de coordinar el pavimento y la vacilante confusión que reinaba mi mente.

La sangre ya se había secado, pero las burlas aún permanecían alojadas en mis tímpanos con insistente tormento.

Y recuerdo que…

 

Era un día de sol, el cielo parecía estar en reconciliación con la humanidad… era un maravilloso despertar de aquel viernes. Todo parecía perfecto, tomé mi celular y abrí el WhatsApp para revisar mis últimos mensajes. Busqué a mi princesa y le escribí: “Buenos días”.

Mientras esperaba su respuesta una llamada hizo desplazar la mágica momentánea que adornaba ese pequeño momento… Era el Juano.

— ¿Aló? — intenté responder con una voz segura y vivas.

— ¿Estabas durmiendo? — preguntó.

— No no, haciendo cosas — intentando convencer.

— … Cosas… bueno, te llamaba pa saber si estai listo para la pega, ¿o te arrepentiste?

— No pasa na… Toi listo – respondí con un tono seguro.

— A las 16 horas en el parque del Cortijo. — me recordó.

— …con Barón? — pregunté intentando confirmar.

— No me hagai repetir las cosas, llega puntual. — y me cortó.

Me quedé mirando el suelo mientras me alejaba de toda poesía. Me cuestionaba si estaba tomando una buena o mala decisión.

“Cuando alguien debe a otro tiene que pagar su deuda.” Era el único pretexto que mi mente soportaba para justificar mi dudosa decisión.

Pasó la mañana, intenté forzadamente distraer mi atención en el fútbol, en los perros y en los gritos de los vecinos del lado… Pero se todo esfuerzo se me hacía inútil. Mi atención era constante en revisar mi celular, quería dar una buena impresión y la anticipación podía ser una buena aliada.

Finalmente, ya era hora de salir, pero de pronto una voz angelical llamó a mi puerta.

— Chincol, Chincol, ¿estás ahí? — preguntó tímidamente.

— Aquí estoy — respondí y abrí la puerta.

Era mi princesa resplandeciente con una mirada que reinaba hasta los territorios más profundos de mi corazón.

— qu…— traté de responder

Rápidamente me abrazó enmudeciendo mis palabras dejando descansar su respirar sobre mi hombro. Sentí su palpitar junto al mío, mi vida había retomado el rumbo de la poesía y me sentía nuevamente reconciliado con la eternidad.

— ¿Vai saliendo? — me preguntó.

— .. Tengo que salir por un trabajo, pero vuelvo pronto…. — no quería renunciar a este Edén espontaneo, pero la premura de aquel compromiso ahora me intimidaba. —…pero cuando vuelva te paso a ver. — insistí.

— Bueno — respondió mientras sus ojos cristalinos buscaban consuelo y compañía.

Mi corazón me reclamaba que no me separase, porque le dolía el desprendimiento que provocaba la lejanía. Aún así, bajé la mirada y me retiré.

Llegué pasado las 16 horas, un B16, “enchulado” de color negro estaba estacionado esperándome cerca de la esquina. Tomé aire y fui a su encuentro.

— Hola — saludé.

— Entra — un sujeto con voz seca me respondió y abrió la puerta.

Me senté y partimos.

 

Eran tres sujetos, adelante estaba el Juano, lo conocía de los partidos de fútbol, pero a los otros era primera vez que los veía. Al lado de él manejaba un tipo serio, de voz seca, bueno para fumar, pálido como una momia. Alegaba contra toda persona que se atravesaba en su camino. Atrás, al lado mío estaba sentado un flaco que me miraba fijamente.

— … primera vez que salí a cobrar? — me preguntó.

— Má o meno— respondí.

— Tenis que ser más puntual y pórtate bien… obediente, sino te va a ir mal. — me habló en tono intimidante.

— .. no se pongan pesados con el Chincol, que lo necesitamos seguro y confiado… Pero es primera y última vez que te atrasai pos cabrito – arremetió el Juano en tono duro.

Dimos unas vueltas por el sector y de pronto nos detuvimos.

— Llegamos, aquí es la cosa. — dijo la momia mirándome por el retrovisor.

— ¿Pero está no es la casa del Gato? — pregunté.

— Así es por cabrito, el gato se portó mal — respondió el Juano.

— Comió muchos ratones— agregó el flaco en tono burlesco.

— Nos vamos a dar una vuelta, volvemos y hací la peguita. — dijo la momia poniendo el vehículo en marcha.

— ¿Pero qué tengo que hacer, es la casa del Gato? — insistí.

— Te mandaron a cobrar y nosotros te cuidamos. — me dijo el Juano.

— Tenis que pórtate bien no ma. Entrai a la casa, vai pa a la pieza del gato, sacar su “deuda” y volví… Simple, simplecito. – el flaco me habló acercándose con un aliento a jurel que alojaba entre sus dientes.

— Pero el Gato es mi amigo. — le dije.

— ¡La hací tú o la hago yo! — amenazó mostrándome una pistola bajo su chaqueta.

— .. Bueno, bueno. — respondí.

— Tení 10 minutos, sino vamos a ir nosotros y no vamos a ser amables. – la momia selló la sentencia.

El Gato vivía con sus abuelos, era medio volao pero nunca pensé que se podía meter en problemas con esta gente. Qué podía hacer, dejar a esa familia en manos del Juano, del flaco y la momia no era una buena alternativa, yo conocía a esa familia y tal vez podría resolver la situación de una forma más pacífica. Dimos la vuelta a la manzana y nos detuvimos.

Me bajé del auto y caminé hacia su casa. Abrí la reja, y golpeé la puerta. Don Sergio se asomó por la ventana y me dijo con voz baja:

— ¿Qué estay haciendo aquí?

Antes de poder responder se abrió la puerta, y tras el crujir de madera la señora Celia que me regalaba una sonrisa y me hacía pasar.

— Hola señora Celia, ¿está el Gato? — le pregunté un poco nervioso.

— No, salió dijo que iba a jugar a la pelota. Pero mijito que triste es la vida. ¿Supo lo que paso con la Anita?

— No, ¿qué?

— Falleció anoche. Se fue mientras dormía.

Hasta ese momento todo iba bien, pero esa noticia entristeció mi alma, la difunta era la abuela de mi princesa. Todo se detuvo tras recordar su dulce mirada quebrada y mi desconsolada lejanía.

— ¿Y, para qué lo necesita? — la señora interrumpió mi duelo.

— Ahh, es que venía a buscarle una polera que se le quedó. — fue lo primero que se me ocurrió para continuar mi misión.

— Vaya no más a la pieza y saque una. — autorizando mi petición.

Caminaba por el pasillo recordando el abrazo que me había regalado afuera de mi casa, estaba decidido a concluir cuanto antes la misión para ir a reencontrarme con mi corazón, pero cuando abrí la puerta de la pieza, estaba don Sergio sentado, serio y mirándome.

— ¿Qué vení a buscar? — me preguntó en tono desafiante.

— .. unos calcetines pal Gato no má — intenté responder algo.

— Creí que soy huevón… conozco a mi chiquillo de hace rato. ¿En qué está metido?

Se empezó a poner difícil la situación, no tenía tiempo para explicarle nada al abuelo, tenía que apresurarme para que el Juano y el falco no entraran a la casa porque de seguro se iba a poner feo.

— Na don Sergio, tengo que sacar algo no ma y me voy.

Abrí el velador, hurgueteé entre todas las cosas, pero no entendí, ese era el lugar en donde se debía encontrar el objetivo.

— ¿Creí que soy huevón? — don Sergio interrumpió.

Volteé y entre sus manos sostenía una caja de madera que reconocí de inmediato como la “deuda”.

— No te la puedo pasar. Mi nieto es huevón, pero yo no.

— Pero don Sergio, es complicao… Tengo que devolver esa caja, sino se va a poner fea la cosa. Verá… lo que está dentro de esa caja no es del Gato, es de una gente mala y lo quieren de vuelta. Deje que me la lleve para que no sufran por una tontera, démela por favor.

 

Durante aquel día la anticipación nunca fue mi aliada, la discusión con el viejito me había tomado casi todo el plazo, así que me fui rápidamente de la pieza buscando una salida. Pero al llegar al living mi cuerpo bruscamente se detuvo. La señora Celia estaba sentada en su sillón de mimbre, con dos tacitas de té y junto a ella una figura que lucía unos cabellos en los que reconocí la magia de mi amada.

— Mijito, la Pauli vino a buscar el chalcito de la Anita… era su favorito. Se lo devuelvo para que le acompañe en su descanso. Va a estar contenta. — hablaba mientras sacaba las últimas pelusas de ese bello tejido.

La miré y sentí que nuestras pupilas se enlazaban y se abrazaban en una eternidad.

— Venga a sentarse un ratito… o tiene que volver al partido. No ve que esta chiquilla está triste y solita, ustedes piensan en el fútbol no ma.— interrumpió la señora.

— ¿Pero entonces fuiste a jugar a la pelota? — mi princesa me preguntó desviando la mirada.

— No, no, es que… — traté de explicar lo inexplicable.

— Si, si, no ve que vino a buscar una polera para el Gatito. Pero se va a quedar un ratito, ¿no cierto? — nuevamente interrumpió la abuela.

Me acerqué, me arrodillé para recobrar su mirada y le dije. — Ya vuelvo pr…

Pero un fuerte golpe en la puerta principal abatió la cerradura y enmudeció la escena. El Juano que entraba a la humilde casa con un fatídico tono, seguido del flaco que se comportaba nervioso e inquieto.

— Te demoraste mucho pos cabrito. — Embistió el Juano cortando nuestro silencio.

— ¡Mira, si estaba haciéndole los cortes a esta cabrita y nosotros esperando como huevones! parece que a las finales no respeta el cabrito. — afirmó el flaco.

— ¡Ahora nosotros vamos a rayar la cancha! — continuó el Juano en tono amenazante.

— No, no, ¡¡¡si ya se iba con la polera!!!— respondió la señora Celia sorprendida y asustada. Prosiguió  media molesta — ¡No entendiendo por qué tanta urgencia por el futbol! —

Me pude ese pie frente a los dos amenazantes personajes para evitar exponer a las damas que ahora se veían afectadas. Sentí un valor que superaba mi inseguridad y dominaba mi conciencia.

— Ya vamos dejemos a esta gente tranquila que no tiene na que ver. — les dije a los tipos.

— Ahora andai apurado… o te hací el valiente con la cabrita — dijo el flaco acercando su mirada fija en mis ojos. — ¿Hiciste la pega o querí que me ensucie las manos? — me preguntó el flaco. — a ver po… Muéstrame la caja. — insistió el Juano como una última oportunidad.

— Ya vamos, afuera te la paso. — le respondí.

— ¿Creí que somos huevones? — me grito el Juano y con un fuerte puñetazo golpeó mi oído.

 

En ese día todo había salido mal. Mi princesa, había perdido a su abuela quien había sido prácticamente su madre. Yo no había sido capaz de consolarla por “andar jugando a la pelota”… y ahora también era parte de un desventurado desenlace que lastimaba a la familia de mi amigo.

Sentí algo húmedo y tibio que bajaba por mi cuello, ese golpe me había cortado.

— ¡¡Chincol!! — escuché a mi princesa, entre el ensordecedor dolor.

El falco la tenía agarrada del brazo y forcejeaba con ella.

— ¡¡¡Déjala huevón!!! — le grité y me incorporé para liberarla del desgraciado.

El flaco la soltó y me encaró con una sonrisa burlesca, mientras la señora Celia gritaba — ¡¡¡Viejo, viejo!!!

El flaco llevó su mano hacia su chaqueta, sacó su pistola y le gritó:

— !!Cállate vieja culia o te callo yo!!

De pronto todo se detuvo, un silencio surrealista se apoderó de todos nosotros empuñado de esa intimidante cobardía.

— Bien, bien…— Habló el Juano. —Tatita… venga pa ca, ¡no ve que lo estamos echando de menos! — gritó hacia el fondo del pasillo mientras se sobaba la mano.

Una silueta inició la marcha hacia nosotros, don Sergio se acercaba tímidamente. Poco a poco se hacía notar hasta que finalmente entró al living.

Ahora lucía una mirada enternecedora que solo buscaba el reencuentro de su compañera.

— Tomen — dijo extendiendo su mano que sostenía la caja de madera. — Tómenla, váyanse y déjenos tranquilos. —

— Bien, bien…que fácil era, ¿vieron? — el Juano arrebató la caja de las manos del viejo y se dirigieron a la puerta.

Don Sergio abrazó a su compañera que se sostenía de los brazos de mi princesa.

Cuando ya parecía que llegábamos al fin del episodio, el Flaco se detiene y nos miramos fijamente.

— ¿Qué más querí? — le pregunté encarando una nueva amenaza.

— Este cabrito desde el principio me dio mala espina… ¿llevémoslo para que aprenda?

— Chincol, súbete al auto y no reclami, sino nos desquitamos con la chiquilla. — ordenó el Juano.

Comencé a caminar contemplando a mi princesa con una mirada confundida que negaba la despedía, porque la incertidumbre de volver a encontrarnos se hacía lapidaria. Sentía miedo, pero la convicción de proteger aquel bello templo me daba el valor para enfrentar cualquier condena.

Nuestras miradas se cortaron en el marco de aquella puerta.

— ¿Y qué huevá pasó? — pregunto la momia.

— Este pendejo casi la caga… Nos quería hacer huevones. — respondió el Juano.

— Es mío, yo le voy a enseñar… – el flaco respondía como una hiena.

Me pusieron una polera en la cabeza y comenzó la marcha.

No sabía hacia donde nos dirigíamos, anduvimos como veinte minutos y solo murmullos sentía. No podía pensar en nada más que en revertir la fatídica decisión de aquella mañana. ¿Qué pasará ahora, cómo estará mi princesa, la volveré a ver? Fueron las insistentes preguntas que me hicieron compañía durante aquel viaje.

De pronto nos detuvimos y el sonido de un portón de metal dormido nos daba la bienvenida a un precario escenario. Entramos a una fría oscuridad y el motor del vehículo se detuvo. Sacaron la polera que cubría mi rostro.

— ¡Bájate! — me grito el Juano.

Nos encontrábamos dentro de un taller rodeado de autos a medio armar, tambores y neumáticos apilados, todo teñido de petróleo, perfumado de bencina y toques de aceite, se convertían en nuestros únicos espectadores.

De pronto un golpe en mis costillas me derribo sal suelo.

Una mirada demencial que emitía el flaco parecía reflejar todas las injusticias y frustraciones que había sufrido en sus años de vida y estaba decidido a desquitarse conmigo.

Traté de alejarme, pero una patada por la espalda me quitó todo aliento de salvación. Los golpes dolían y no había salida a las risas que me rodeaban. De pronto una bocina irrumpió nuestra golpiza, afuera llegaba alguien más.

— Ya están acá. — aviso el Juano.

— Te salvaste por ahora no ma. Después seguimos. — continúo el flaco mirándome con una sonrisa burlesca.

La momia abrió el pesado portón y una gran camioneta Ford con doble cabina, ingresó con su imponente motor.

Bajaron tres hombres, saludaron al Juano y a la momia con un fraterno apretón de manos, pero con un dejo de cinismo en sus miradas.

El flaco se me acercó y me dio otro par de patadas, sentía una fuerte clavada en mi costado, — ¿será una costilla? — me preguntaba.

— … dile que pare. — pidió una de las visitas.

Era hombre era medio bajo con un bigote singular, se notaba bien vestido, al parecer mostraba algo de compasión. A su lado un colorín que lucía orgulloso una chaqueta blanca y detrás de ellos, un tipo alto, calvo y serio que solo observaba.

A penas podía respirar, me dolía casi todo, pero la imagen de mi princesa me mantenía compuesto.

Después de una breve conversación superficial, el bigotón pregunto:

— ¿Y me trajeron la cosa? —

Sonriendo extendió sus manos, revelando una ambienta ansiedad que nacía en su mirada.

— Va… que huevá ¿acaso creen que no cumplimos la palabra? — respondió el Juano confiado y desafiante.

El flaco se acercó y le entrego la cajita de madera.

— ¡¡Muy bien!! — el bigotón contagió su sonrisa al colorín, quien sacó de su bolsillo una pequeña llave.

— El momento de la verdad… — prosiguió el pequeño con tono de suspenso, mientras lentamente abría el pequeño cofre.

— ¡¡LA MIERDA!!— gritó — ¡¡¡ESTÁ VACÍA!!!

Rápidamente el pelao sacó una pistola y puso entre su mira al Juano y la momia.

— ¡¡Fue este pendejo y su amigo!!— respondió el flaco arremetiéndome más golpes.

— No, no… ¡¡Fueron ustedes!! — el colorín habló con una voz oscura y molesta — ¡Me aburrieron estos huevones! — Sentenció.

El bigotón apuntó su dedo a la momia y un sonido ensordecedor se alojó en el pecho de nuestro chófer. Su cuerpo se desplomó sobre el piso de aceite hundiendo su mirada inerte entre la viscosidad y la impureza.

La pistola del pelao había cobrado.

El Juano miró al flaco, quien sacó su arma de la chaqueta y la hizo sonar con mucha torpeza. De pronto un golpe de adrenalina me dio las fuerzas para para huir de los disparos que golpeaban los tarros mientras los cuerpos que se desvanecían entre gritos de rabia.

No volví a detenerme, apenas podía levantar mi cuerpo, pero mi deseo de sobrevivir me hacía huir de aquel taller.

No recuerdo cómo escapé, solo sé que logré caminar y caminar… Me sentía devastado, pero seguía con el temor del flaco o del Juano me vinieran siguiendo para arrebatarme este último aliento.

Las calles estaban casi vacías, mi vista estaba desenfocada ya no distinguía los escasos rostros que se alejaban de mi camino. Mi divagar se hizo acompañar de un anochecer sereno, al pasar las horas comencé a reconocer algunas veredas, las fachadas me parecían cada vez más familiares.

Solo pensaba en volver a mi hogar para desprenderme de esta apariencia destruida, fracasada y mal oliente. Mis pasos me acompañaban entre dolores y las fulminantes confusiones asechaban mi mente.

Recordé a mi princesa y una mariposa se despertó en mi corazón. Su casa estaba cerca, tal vez podría abrazarla y unirnos en una sola consolación. Camine torpemente a su encuentro, pronunciando su nombre en cada aleteo de mi corazón.

Pero al llegar a su casa todo se enmudeció. El mundo dejó la apariencia que alguna vez me acompañó y nací a una nueva realidad.

La señora Anita estaba sentada mirando una luna plena y callada. Tenía puesto su chalcito y a pesar de ser un alma difunta, lucía una sonrisa angelical que lograba iluminar toda la eternidad.

Me acerqué y alcanzó mi mano con la ternura que solo una abuela puede entregar. Mis lágrimas se derramaron limpiando las heridas que en una vida fueron heredadas… y respiré profundo, porque la costilla ya no dolía.

 

 

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